El
universo, que es mutable y múltiple, se caracteriza por el cambio. Sin embargo,
la realidad no es caótica. Podemos conocer en ella regularidades invariantes,
pues el universo posee un modo de funcionamiento regular. La relación entre una
causa y su efecto es tan determinista que responde a una ley universal posible
de conocer. Este conocimiento es empírico. El conocimiento científico consiste
en penetrar en la complejidad de lo múltiple y mutable para comprender la ley
de la conexión, por la que las cosas se relacionan causalmente. Tras la
observación se elabora una hipótesis que encontrará validez en la verificación
de la experimentación. Una relación causal de causa-efecto, que proviene del
objeto, la podemos convertir en una relación ontológica de sujeto-predicado.
Patricio Valdés Marín
Causalidad
y conocimiento
En una perspectiva científica, aquello que caracteriza
el conocimiento del universo son precisamente el cambio, que es lo mutable y lo
perecible, y la multiplicidad de cosas, que es lo vario. La ciencia no se
preocupa por saber qué es el cambio, sino que de describirlo. El “qué es el
cambio” fue la preocupación de Heráclito (535-484 a. C.). Lo mutable y lo múltiple,
desdeñados por la epistemología filosófica tradicional que sigue a la unidad
del ser de Parménides (515-450 a. C.), logran explicar los mecanismos, procesos
y funciones que la ciencia observa en los fenómenos, es decir, la causalidad
entre las cosas. Si lo que fascinó a la filosofía es conocer aquello que
permanece inmutable –la idea absoluta–, en la creencia que su posesión
significa sabiduría, lo que fascina a la ciencia es, por el contrario, lo
múltiple y lo mutable, en el entendido de que justamente en el cambio de las
múltiples cosas se encuentran las causas, aquello que explica precisamente la
realidad. Mientras la filosofía tradicional debió remitirse a la causa final
para explicar el cambio, la ciencia lo ha explicado mediante la causa (la causa
eficiente, desde el punto de vista de la filosofía aristotélica). Mientras la
filosofía ha tendido a buscar lo simple y brillante (por ejemplo, las ideas
claras y distintas de Descartes), la ciencia se ha comprometido con lo complejo
y lo confuso para encontrar la relación causal. Ello explica el hecho que la
ciencia avance con pasos tentativos, fortuitos e inspirados de muchos hombres a
través de muchos años, y que el premio del esfuerzo es la certeza del
conocimiento objetivo.
La ciencia ha podido afirmar que la realidad no es
caótica, sino que su comportamiento está tan determinado, que depende de leyes
naturales que valen para todo el universo, y la tarea de la ciencia es
descubrirlas. Las manzanas que se desprenden de los manzanos siempre caen verticalmente
al suelo. Newton descubrió que la fuerza que hace caer las manzanas al suelo es
la misma que hace que la Luna gire en torno a la Tierra. Además, la ciencia
comprende que la fuerza tiene una forma específica de actuar y de ser
funcional, dependiendo de la configuración de la estructura. Las campanas tañen
una nota determinada cuando se las golpea con el badilejo. En consecuencia, el
funcionamiento que surge de la interacción de fuerzas y estructuras está
determinado por leyes naturales. Éstas son posibles de ser conocidas.
La acción de las fuerzas entre las estructuras se da de
modo de relaciones causales. Estas son, por lo tanto, datos de la realidad, y
no elaboraciones mentales, como lo es la relación ontológica. Quienes apelan a
estas leyes, denominadas “naturales” para distinguirlas de las leyes humanas y
divinas, para apoyar sus argumentaciones, como ocurre con ciertas autoridades
morales y éticas, pueden hacerlo sólo si conocen el cómo y el por qué operan en
cada caso, lo que significa basarse en el método y el conocimiento científico
antes que en elucubraciones tendenciosas, falaces y baratas. Por lo demás, las
leyes de la naturaleza no son prescriptivas, sino que descriptivas. Describen
la forma cómo la naturaleza funciona.
Así, pues, además de las cosas que la componen, lo que
más caracteriza a la realidad es el cambio. Las cosas surgen, desaparecen y se
van modificando mientras existen. Pero el cambio se da según ciertas
regularidades determinadas de acuerdo a la causalidad. En el cambio interviene
la relación de causa y efecto, o en corto, la relación causal. En una relación
causal se da una causa que se vincula con su efecto. Por ejemplo, cuando la
llama del fuego (la causa) se aplica a un caldero, al cabo de un tiempo el agua
que contiene comienza a calentarse hasta la temperatura de ebullición (el
efecto).
Tanto los animales como los humanos conseguimos
sobrevivir en este mundo en perpetuo cambio, evitando activamente aquello que
nos puede dañar y aprovechando aquello que nos puede nutrir, proteger y
cobijar. También la naturaleza nos puede jugar malas pasadas no previstas y que
pueden tener consecuencias devastadoras, como los terremotos, las inundaciones,
las pestes, las sequías. En una cultura precientífica, usualmente no se logra
establecer la relación entre el efecto que se percibe y su causa, dándose
explicaciones mágicas o míticas y atribuyéndolas a las divinidades. En cambio,
la relación que vincula un efecto con su verdadera causa es de especial
importancia para la ciencia, la que podrá hasta verificar experimentalmente la
relación. Tanto por inferencia inductiva como por el conocimiento del
funcionamiento de las cosas que operan en una relación causal, la ciencia llega
a establecer la ley natural de su conexión.
Mediante la experiencia sensorial percibimos
innumerables cosas, procesos y acontecimientos naturales. El tipo de
conocimiento que adquirimos al observar la naturaleza y que conforma el
material de la ciencia comienza cuando notamos regularidades en el curso de los
acontecimientos. El interés por determinar regularidades va de la mano con el
interés en la predicción. Además, a menudo cuando podemos predecir, también
podemos controlar el curso de los eventos. Muchas regularidades no son
invariantes. Juan duerme de noche. La empresa científica puede ser descrita
como la búsqueda en la naturaleza de invariantes genuinas, de regularidades sin
excepción, para poder afirmar: siempre que se cumplan tales condiciones, este
tipo de cosas siempre ocurre. Un enunciado de invariancia genuina constituye
una ley natural. Los seres humanos descansan durante el sueño nocturno.
La realidad posee un modo de funcionamiento que
únicamente los seres humanos podemos llegar a conocer en forma abstracta y
derivar de este modo determinado de acción una ley que se aplica a todas las
relaciones causales del mismo tipo. Esta capacidad la obtenemos principalmente
por la observación y/o cuando aplicamos el método científico y su verificación
empírica, es decir, cuando podemos reproducir a voluntad el fenómeno. No
obstante, nuestro conocimiento obtiene certeza absoluta sólo cuando
comprendemos el mecanismo de la relación causal, superando así el método
inductivo. Podemos aseverar con absoluta certeza que un átomo de oxígeno se
unirá a dos átomos de hidrógeno para formar una molécula de agua cuando
entendemos que el átomo de oxígeno comparte los electrones de los átomos de
hidrógeno.
En consecuencia, además de la relación ontológica que
forma parte de nuestro conocimiento abstracto, existe la relación causal. Ésta
es una relación inteligible que no la efectuamos en nuestra mente abstracta,
pero que es comprensible por ésta. Nos llega a través de nuestra interacción
con el medio externo. La relación causal separa lo pasado de lo presente. Sin
una conciencia de su existencia no se puede tener una conciencia histórica.
Fundamentalmente, ella relaciona un hecho con su origen, es decir, un efecto
con su causa.
Este tipo de conocimiento, verdaderamente empírico y
práctico, también lo efectúan los animales en una escala más simple y directa,
que es mediante el tanteo de ensayo y error, corrientemente a partir de
tendencias instintivas. A diferencia de nosotros, que ontologizamos la relación
causal, ellos la ritualizan para incorporarla a su conocimiento instintivo y
lograr sobrevivir más ventajosamente.
Los seres humanos tenemos adicionalmente la capacidad
para analizar los componentes integrantes de la relación causal de manera
ontológica y explicar la ley de su conexión, aunque no sea verdadera, como, por
ejemplo, atribuir una causa a un origen mágico o deducirla erróneamente, como
cuando se ve un gato negro cruzando una calle de derecha a izquierda, al tiempo
de quien lo ve tropieza y se daña el pié. Pero también efectuamos, en último
término, la relación ontológica cuando unimos la relación causal con su ley de
conexión, ambos comprendidos como conceptos por el intelecto. En este sentido, una
idea puede ser definida propiamente por su función. La luz ilumina.
Así, pues, las relaciones causales provienen del
funcionamiento objetivo del universo y no del funcionamiento del pensamiento
subjetivo. Dependen de leyes que son posibles de conocer si previamente
analizamos sus componentes para entender el “cómo” y el “por qué del cómo” de
aquello que los une. La verdad de una relación causal depende de que el
análisis que efectuamos de sus términos esté completo. La seguridad de que el
Sol saldrá al amanecer no proviene de una conclusión inductiva de observar el
mismo fenómeno por miles de años, sino que proviene del conocimiento del modo
de funcionamiento del sistema solar, el cual nosotros hemos llegado a conocer
tras conectar muchas causas con sus efectos a través de efectuar muchas
observaciones, elaborar cantidades de hipótesis y modelos, y realizar las
respectivas verificaciones, como que la Tierra es redonda, hasta llegar a la
teoría que explica la estructura y la fuerza del sistema solar, en que uno de
sus fenómenos es el hecho de que el Sol sale diariamente a una hora determinada
para cada día de año y para cada lugar de la superficie terrestre establecido
por sus coordenadas longitudinales.
Ley
y conocimiento
El conocimiento que se obtiene cuando se responde al
“cómo” y al “por qué del cómo” de las cosas es principalmente acerca de su
constitución y desarrollo, de su estructuración y funcionamiento, en cuanto
fuerzas y estructuras, con el propósito definido de conocer la relación causal
y la ley de esta relación. De la relación causal no se pretende llegar a la ley
de manera análoga a cómo de la relación ontológica se llega a la idea por
referencia a conjuntos. El conocimiento científico consiste en penetrar en la
complejidad de lo mutable y lo múltiple para comprender la ley de la conexión,
por la que se relaciona causalmente las cosas produciendo un suceso tras otro
suceso. El conocimiento de la ley no se obtiene por inducción a través de la
acumulación de sucesos similares, ni se puede deducir de otras leyes más
generales. Por el contrario, se obtiene de la comprensión particular del
comportamiento de la materia en cada fenómeno. Necesariamente se debe penetrar
en la complejidad misma de lo múltiple y lo mutable para detectar por observación
y experimentación la conexión causal que los relaciona. En fin, se debe
analizar cuidadosamente los componentes que integran los términos de la
relación y la conexión misma: las estructuras y las fuerzas que participan.
Conociendo la ley natural de una relación causal
podemos deducir la causa al conocer un efecto. Un animal jamás puede llegar a
actuar como Sherlock Holmes. La deducción sigue el esquema de la relación
lógica, donde el conocimiento de la ley natural y la vista del efecto funcionan
como premisas de un silogismo. Si observamos que el suelo está mojado al salir
de casa por la mañana, podemos deducir que llovió durante la noche.
Si bien la ciencia intenta llegar a comprender lo que
une una causa con un efecto, en nuestra vida diaria no necesitamos conocer
precisamente lo que une ambos términos, es decir, cómo una causa se relaciona
con su efecto, sino saber únicamente que están relacionados con necesidad. Si
me suelto de la rama, caeré al suelo; y a mayor altura del suelo, el golpe será
más fuerte y doloroso. Un monito llega a saber muy bien la necesaria relación
entre ambos términos. Sin embargo, la veracidad nos dice que no basta unir una
causa con su efecto sin más; debemos asegurarnos razonablemente que tal o cual
relación sea real y no producto de la magia, la superstición o los buenos
deseos.
Sin duda que las leyes naturales más simples nos son
potencialmente más accesibles, y en la medida que la relación causal se hace
más compleja, la ley de su conexión se nos hace menos evidente. Costó mucho
encontrar el origen de la peste bubónica. No obstante, del análisis de los
elementos que componen una relación causal es posible obtener un conocimiento
tan absoluto que ha conseguido no sólo el asombroso desarrollo tecnológico que
ha permitido al ser humano llegar a la Luna, sino que también navegar hasta
allá. Esa capacidad se debió al conocimiento acabado de numerosas leyes que
rigen el comportamiento de las cosas en el universo. Tanto si el conocimiento
no fuera absoluto como si hubiera habido ignorancia de cualquiera de las leyes
involucradas, la misión de alunizaje hubiera fracasado mucho antes de despegar
de la Tierra.
Las diversas relaciones causales son datos para nuestro
conocimiento y su organización constituye la base de la tecnología. Pero ello
no significa que la tecnología deba conocer las conexiones de las relaciones
causales. Muchas veces, ésta experimenta con las estructuras y las fuerzas y
llega a determinar que los términos de la relación causal están unidos
realmente, y, supuestamente, una ley que no se conoce aún existiría para esta
conexión. Llegar a determinar esta ley es una tarea que queda para la ciencia.
Luego no siempre la ciencia es precursora de la tecnología; más bien ocurre lo
contrario.
Por otra parte, los datos referidos son las unidades
discretas de la información. Consideremos que en nuestra época de ciencia,
cibernética y comunicaciones nos encontramos atosigados con datos e inundados
por caudales de información. Y aunque se intensifiquen las investigaciones para
conseguir más datos, se perfeccionen los sistemas computacionales de
procesamiento de datos y se masifiquen los sistemas de transmisión de
información, no seremos por ello más sabios. Más adelante veremos que para ser
sabios debemos sintetizar la información en escalas superiores. Muchos
antiguos, sin tantos datos e información, eran mucho más sabios que nosotros y
vivían en forma más humana. No obstante, en nuestro mundo consumista y exitista
la información no pretende sabiduría, sino eficiencia en mejorar nuestra
condición material para tener más placer y ejercer mayor poder.
Relación
causal y realidad
En la realidad podemos distinguir dos tipos de
relaciones causales según a qué coordenada estén referidas. Uno de ellos es el
suceso temporal. Por éste percibimos un tránsito de un estado a otro. El agua
pasa de un estado líquido a uno gaseoso en un tiempo. El otro tipo es el que
relaciona espacialmente una cosa con otra. El agua líquida está en un
recipiente y el agua gaseosa está fuera. Pero ambos tipos de relaciones están
estrechamente ligados, pues todo acontecimiento en el universo ocurre referido
al conjunto de las cuatro coordenadas espacio-temporales. El conjunto de ambos
tipos de relaciones lo podemos denominar relación causal.
Sin embargo, podemos legítimamente separar, como lo
efectúa un historiador, el elemento temporal de una relación causal, o el
elemento espacial, como lo hace un geógrafo, y explicar los fenómenos
históricos y geográficos separadamente del acontecimiento real para poder
conocerlo en los aspectos que interesa relativamente más. En el elemento
temporal la causa siempre precede al efecto en el tiempo, en una secuencia
lineal, necesaria e irreversible; en el elemento espacial, cosas diferentes
ocupan siempre lugares distintos en forma simultánea, excepto a escala
cuántica.
En segundo lugar, debemos reiterar que la relación
entre el agua líquida y el vapor del ejemplo no la efectuamos en nuestro
intelecto, como lo hacemos con una relación ontológica, en la que podemos, por
ejemplo, relacionar gato y león en el concepto felino, sino que se nos da por
la experiencia y nosotros únicamente la percibimos. Sin embargo, la percepción
pasiva no nos dice nada de la intimidad de la relación causal. Ésta se nos
manifiesta únicamente mediante la actividad intelectual y empírica que
ejercemos para comprender la ley que conecta ambos elementos de la relación.
Para ello debemos elaborar, tras la observación, una hipótesis de la manera
cómo del agua emana vapor y de las condiciones necesarias requeridas para que
el fenómeno se realice. Después debemos efectuar la comprobación experimental
correspondiente de la hipótesis sin omitir paso ni condición necesaria alguna.
Si el experimento, que deberá poder repetirse, corrobora la hipótesis, entonces
ésta queda verificada y la ley de la conexión queda descifrada. Evidentemente
no es necesario que cada persona deba experimentar cada relación causal para
conocer la ley de su conexión; basta con haberla imaginado tras habérsela
comunicado responsablemente.
El análisis de la relación causal se realiza muchas
veces sin un rumbo definido o preestablecido, puesto que el método científico
es eminentemente empírico; sus conclusiones se alcanzan tras una
experimentación de la cual no tenemos control sobre sus resultados. Es lo que
resulta del experimento, y no el intelecto el que relaciona una cosa con otra.
En una primera instancia, el intelecto sólo conoce la relación que surge del
experimento. Ello basta para aprender mediante el método del tanteo (el famoso
“ensayo y error” de los conductistas). Los animales llegan hasta este tipo de
conocimiento aprendido. Pero el conocimiento científico persigue encontrar cómo
se conectan causalmente las cosas para llegar a establecer la ley de la
conexión y elaborar teorías explicativas del universo y sus cosas. En este
proceso científico se deben determinar, reconocer, medir, cotejar, verificar,
etc., los mecanismos y los estados del proceso, para llegar a encontrar las
relaciones causales del fenómeno en cuestión.
El conocimiento científico de la relación causal no se
obtiene aplicando un procedimiento inductivo de inferencia de datos que hemos
recogido con anterioridad. El conocimiento de la relación causal parte
inventando una hipótesis, a modo de intento para dar respuesta al por qué
cuando en un mecanismo o proceso se da una condición de cierto tipo también se
da una condición de cierto otro tipo. Luego, una hipótesis es una respuesta
provisoria respecto a cuáles son los términos de una relación causal. Por
ejemplo, cuando aplico calor al agua, se calienta hasta bullir. Una hipótesis
sirve de guía a la investigación científica en cuanto a definir qué hechos le
serían significativos. Es una proposición relevante en cuanto explicación de
una relación causal cuando está abierta a una verificación experimental. Sólo
por medio de la verificación empírica, una hipótesis puede ser confirmada y
apoyada, aunque no necesariamente aprobada de modo concluyente. La verificación
posee un carácter condicional; nos dice bajo qué condiciones de verificación se
producirá un resultado determinado. La cantidad, variedad y precisión de los
datos determinan la credibilidad y aceptabilidad científica de una hipótesis.
Podremos enterarnos que la temperatura precisa de ebullición dependerá de la
presión, de la solución, etc.
Para la ciencia no basta conocer el fenómeno, esto es,
la pura relación causal, sino aquello que hace que la relación sea
necesariamente causal. Aquello que conecta con necesidad y universalidad las
partes de la relación causal es precisamente la ley natural. Toda explicación
científica descansa en leyes naturales. Si la hipótesis se interesa por los
términos de una relación causal, la ley es la respuesta a cuál es el nexo de
una relación causal. Por ejemplo, la ley consigue establecer que el agua llega
a bullir a causa de aplicar calor o de disminuir la presión atmosférica. Las
leyes son enunciados que afirman la existencia de una conexión uniforme para
diferentes relaciones causales. Una ley indica que donde y cuando se da una
condición de cierto tipo, siempre y sin excepción se da una condición
determinada de cierto otro tipo, pues las leyes naturales son universales. Está
implícito el hecho de que una relación causal, surgida de un acontecimiento
particular, pertenece a y es explicable por una ley universal que se puede
aplicar a todos los casos que ocurran bajo las mismas condiciones.
El conocimiento de una ley corresponde a un esfuerzo
sintético, en una escala superior, de considerar determinadas hipótesis que
explican relaciones causales. De ahí que mediante el conocimiento de una ley se
pueda inferir con absoluta certeza uno de los términos del acontecimiento
causal cuando se conoce el otro. Si el análisis se refiere a separar las
unidades discretas de una estructura funcional para estudiarlas por separado y
determinar sus funcionalidades, la síntesis es ese proceso mental por el cual
entendemos las relaciones existentes entre un número de cosas en tanto unidades
discretas de una estructura.
Un conjunto de leyes puede llegar a estructurarse en
una teoría que explique el comportamiento de sistemas, los cuales contienen un
número de fenómenos y relaciones causales distintas. Las teorías intentan
explicar las regularidades que se dan en los sistemas. Interpretan un conjunto
de fenómenos como manifestaciones de estructuras y fuerzas determinadas según
las leyes que se presume que los regulan. Luego, una teoría caracteriza un
conjunto de fuerzas y estructuras indicando la funcionalidad específica. Una
teoría puede llegar a explicar lo que observa y experimenta mediante supuestos
teóricos que no pueden ser observados ni medidos directamente. Para ello se
recurre a modelos.
Una teoría es un sistema cognoscitivo-comprensivo de
estructura lógica-especulativa en un cierto ámbito de la realidad cuyos
argumentos o proposiciones no son datos –como sostuvo Karl Popper (1902-1994)–,
sino que leyes naturales formuladas e hipótesis, cuyo objeto es confeccionar un
modelo científico coherente y consistente que explique, interprete, unifique,
profundice un conjunto amplio, no tanto de hechos, sino que de relaciones
causales observadas, experimentadas y hasta medidas. De este modo, una teoría
sirve para distintos propósitos: 1º explicar el conjunto de datos,
observaciones, experimentos y experiencias relacionados con dicho ámbito de la
realidad; 2º ampliar, corregir y/o sustituir otras teorías de otros ámbitos; 3º
hacer predicciones sobre hechos aún no observados ni verificados. La certeza de
una teoría está en relación directa a la cantidad de leyes científicas
empíricamente demostradas, y en relación inversa a las hipótesis que contenga.
Tanto las hipótesis como las teorías científicas no se
derivan de los hechos observados, sino que se inventan o se proponen
precisamente para dar cuenta de ellos. El traslado de los datos empíricos a la
teoría no lo consigue un proceso mecánico lógico, ya sea inductivo o deductivo.
La deducción no proporciona un procedimiento mecánico para señalar un camino,
indicando una determinada proposición científica como una conclusión derivada
de premisas. Las reglas de deducción sólo sirven como criterios de validez de
las argumentaciones que se ofrecen como pruebas. Tampoco existen reglas de
inducción que se puedan aplicar y que sirvan para derivar o inferir
mecánicamente hipótesis o teorías a partir de datos empíricos. Una proposición
hipotética o teórica es un intento de una inteligencia creativa para explicar
una relación causal o para interpretar un conjunto de fenómenos. La objetividad
científica de una hipótesis o una teoría se consigue únicamente a través de la
verificación experimental. Una hipótesis o una teoría pueden ser incorporadas
al cuerpo del conocimiento científico aceptado si resiste la revisión crítica
de la comprobación mediante una cuidadosa observación y experimentación y
también mediante el entendimiento del funcionamiento de las relaciones
causales.
La ciencia no sólo estudia las relaciones causales para
llegar a la ley de su conexión. Sobre todo, se interesa por los sistemas. Éstos
son el conjunto de relaciones causales que operan en un ámbito dado. El ejemplo
del agua que hierve es un verdadero sistema si se considera desde la tasa de
combustión del combustible que produce llama, su oxidación, su poder
calorífico, la temperatura que alcanza la llama, su eficiencia en calentar
agua, la presión atmosférica, la temperatura ambiente, etc.
La relación causal es diferente de la relación
ontológica en cuanto que sus términos están unidos por verbos transitivos, los
cuales siempre están referidos a la acción de fuerzas. En cambio, los términos
de la segunda están unidos por la cópula de identidad del verbo ser. En el
primer caso, el conocimiento es acerca del cambio; en el segundo caso, de la
esencia. Sin embargo, la relación causal misma puede llegar a estructurarse
como concepto o proposición abstracta y constituir una relación ontológica,
como se analizará un poco más adelante. De ahí que la esencia de algo puede no
sólo incluir lo mutable y lo múltiple, sino también su origen o su función.
En la relación causal la cosa se define por su función.
Ello es posible porque tanto lo múltiple como lo mutable son cuantificables. Lo
múltiple está, por definición, referido a la cantidad, objeto de la relación
ontológica. En cambio, lo mutable, que está referido al tiempo y al espacio,
debe cuantificarse para hacerse inteligible ontológicamente; y también tanto el
espacio como el tiempo son cuantificables. De este modo, lo mutable es también
objeto de la relación ontológica. Esta comprensión del relacionar ambas
relaciones es fundamental para trascender la filosofía del ser y llegar a la
filosofía de la complementariedad de la estructura y la fuerza, que se explica
en mi libro La clave del universo (http://unihum3.blogspot.com).
La conclusión que se impone es de gran importancia para
la epistemología: “la relación causal se hace ontológica con el conocimiento de
la ley de su conexión”. Por ejemplo, la relación causal “el agua bulle a los
100° C a nivel del mar” puede transformarse en la relación ontológica “la
temperatura de ebullición del agua a nivel del mar es de 100° C”. “El viento
mueve la hoja” se transforma en “el movimiento de la hoja es efecto del
viento”. La definición de un concepto por medio de otro, que es en lo que
consiste la relación ontológica, puede generarse transformando la definición
desde algo funcional a algo ontológico.
La posibilidad natural de incluir la relación causal en
la ontológica es epistemológicamente importante, pues permite afirmar la
correspondencia entre un ente y la realidad, y asentar la objetividad de
nuestro conocimiento. Esta adquiere mayor certeza cuando a la relación causal
se aplica el método científico. En el proceso de la correlación entre ambos
tipos de relaciones epistemológicas se puede llegar a alcanzar niveles teóricos
y abstractos muy profundos y complejos. También la posibilidad de incluir la
relación causal en la ontológica es importante para la lógica, pues las
proposiciones lógicas que participan en las premisas son verdaderas relaciones
ontológicas. De este modo, si una de ellas es una relación causal con valor de
ley natural, se puede obtener una conclusión con valor trascendental.
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unhum5d.blogspot.com/, corresponde al Capítulo4, “La relación
causal”, del Libro V, El pensamiento
humano (ref. http://unihum5.blogspot.com/).
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