lunes, 17 de marzo de 2014



El universo, que es mutable y múltiple, se caracteriza por el cambio. Sin embargo, la realidad no es caótica. Podemos conocer en ella regularidades invariantes, pues el universo posee un modo de funcionamiento regular. La relación entre una causa y su efecto es tan determinista que responde a una ley universal posible de conocer. Este conocimiento es empírico. El conocimiento científico consiste en penetrar en la complejidad de lo múltiple y mutable para comprender la ley de la conexión, por la que las cosas se relacionan causalmente. Tras la observación se elabora una hipótesis que encontrará validez en la verificación de la experimentación. Una relación causal de causa-efecto, que proviene del objeto, la podemos convertir en una relación ontológica de sujeto-predicado.




Patricio Valdés Marín



Causalidad y conocimiento


En una perspectiva científica, aquello que caracteriza el conocimiento del universo son precisamente el cambio, que es lo mutable y lo perecible, y la multiplicidad de cosas, que es lo vario. La ciencia no se preocupa por saber qué es el cambio, sino que de describirlo. El “qué es el cambio” fue la preocupación de Heráclito (535-484 a. C.). Lo mutable y lo múltiple, desdeñados por la epistemología filosófica tradicional que sigue a la unidad del ser de Parménides (515-450 a. C.), logran explicar los mecanismos, procesos y funciones que la ciencia observa en los fenómenos, es decir, la causalidad entre las cosas. Si lo que fascinó a la filosofía es conocer aquello que permanece inmutable –la idea absoluta–, en la creencia que su posesión significa sabiduría, lo que fascina a la ciencia es, por el contrario, lo múltiple y lo mutable, en el entendido de que justamente en el cambio de las múltiples cosas se encuentran las causas, aquello que explica precisamente la realidad. Mientras la filosofía tradicional debió remitirse a la causa final para explicar el cambio, la ciencia lo ha explicado mediante la causa (la causa eficiente, desde el punto de vista de la filosofía aristotélica). Mientras la filosofía ha tendido a buscar lo simple y brillante (por ejemplo, las ideas claras y distintas de Descartes), la ciencia se ha comprometido con lo complejo y lo confuso para encontrar la relación causal. Ello explica el hecho que la ciencia avance con pasos tentativos, fortuitos e inspirados de muchos hombres a través de muchos años, y que el premio del esfuerzo es la certeza del conocimiento objetivo.

La ciencia ha podido afirmar que la realidad no es caótica, sino que su comportamiento está tan determinado, que depende de leyes naturales que valen para todo el universo, y la tarea de la ciencia es descubrirlas. Las manzanas que se desprenden de los manzanos siempre caen verticalmente al suelo. Newton descubrió que la fuerza que hace caer las manzanas al suelo es la misma que hace que la Luna gire en torno a la Tierra. Además, la ciencia comprende que la fuerza tiene una forma específica de actuar y de ser funcional, dependiendo de la configuración de la estructura. Las campanas tañen una nota determinada cuando se las golpea con el badilejo. En consecuencia, el funcionamiento que surge de la interacción de fuerzas y estructuras está determinado por leyes naturales. Éstas son posibles de ser conocidas.

La acción de las fuerzas entre las estructuras se da de modo de relaciones causales. Estas son, por lo tanto, datos de la realidad, y no elaboraciones mentales, como lo es la relación ontológica. Quienes apelan a estas leyes, denominadas “naturales” para distinguirlas de las leyes humanas y divinas, para apoyar sus argumentaciones, como ocurre con ciertas autoridades morales y éticas, pueden hacerlo sólo si conocen el cómo y el por qué operan en cada caso, lo que significa basarse en el método y el conocimiento científico antes que en elucubraciones tendenciosas, falaces y baratas. Por lo demás, las leyes de la naturaleza no son prescriptivas, sino que descriptivas. Describen la forma cómo la naturaleza funciona.

Así, pues, además de las cosas que la componen, lo que más caracteriza a la realidad es el cambio. Las cosas surgen, desaparecen y se van modificando mientras existen. Pero el cambio se da según ciertas regularidades determinadas de acuerdo a la causalidad. En el cambio interviene la relación de causa y efecto, o en corto, la relación causal. En una relación causal se da una causa que se vincula con su efecto. Por ejemplo, cuando la llama del fuego (la causa) se aplica a un caldero, al cabo de un tiempo el agua que contiene comienza a calentarse hasta la temperatura de ebullición (el efecto).

Tanto los animales como los humanos conseguimos sobrevivir en este mundo en perpetuo cambio, evitando activamente aquello que nos puede dañar y aprovechando aquello que nos puede nutrir, proteger y cobijar. También la naturaleza nos puede jugar malas pasadas no previstas y que pueden tener consecuencias devastadoras, como los terremotos, las inundaciones, las pestes, las sequías. En una cultura precientífica, usualmente no se logra establecer la relación entre el efecto que se percibe y su causa, dándose explicaciones mágicas o míticas y atribuyéndolas a las divinidades. En cambio, la relación que vincula un efecto con su verdadera causa es de especial importancia para la ciencia, la que podrá hasta verificar experimentalmente la relación. Tanto por inferencia inductiva como por el conocimiento del funcionamiento de las cosas que operan en una relación causal, la ciencia llega a establecer la ley natural de su conexión.

Mediante la experiencia sensorial percibimos innumerables cosas, procesos y acontecimientos naturales. El tipo de conocimiento que adquirimos al observar la naturaleza y que conforma el material de la ciencia comienza cuando notamos regularidades en el curso de los acontecimientos. El interés por determinar regularidades va de la mano con el interés en la predicción. Además, a menudo cuando podemos predecir, también podemos controlar el curso de los eventos. Muchas regularidades no son invariantes. Juan duerme de noche. La empresa científica puede ser descrita como la búsqueda en la naturaleza de invariantes genuinas, de regularidades sin excepción, para poder afirmar: siempre que se cumplan tales condiciones, este tipo de cosas siempre ocurre. Un enunciado de invariancia genuina constituye una ley natural. Los seres humanos descansan durante el sueño nocturno.

La realidad posee un modo de funcionamiento que únicamente los seres humanos podemos llegar a conocer en forma abstracta y derivar de este modo determinado de acción una ley que se aplica a todas las relaciones causales del mismo tipo. Esta capacidad la obtenemos principalmente por la observación y/o cuando aplicamos el método científico y su verificación empírica, es decir, cuando podemos reproducir a voluntad el fenómeno. No obstante, nuestro conocimiento obtiene certeza absoluta sólo cuando comprendemos el mecanismo de la relación causal, superando así el método inductivo. Podemos aseverar con absoluta certeza que un átomo de oxígeno se unirá a dos átomos de hidrógeno para formar una molécula de agua cuando entendemos que el átomo de oxígeno comparte los electrones de los átomos de hidrógeno.

En consecuencia, además de la relación ontológica que forma parte de nuestro conocimiento abstracto, existe la relación causal. Ésta es una relación inteligible que no la efectuamos en nuestra mente abstracta, pero que es comprensible por ésta. Nos llega a través de nuestra interacción con el medio externo. La relación causal separa lo pasado de lo presente. Sin una conciencia de su existencia no se puede tener una conciencia histórica. Fundamentalmente, ella relaciona un hecho con su origen, es decir, un efecto con su causa.

Este tipo de conocimiento, verdaderamente empírico y práctico, también lo efectúan los animales en una escala más simple y directa, que es mediante el tanteo de ensayo y error, corrientemente a partir de tendencias instintivas. A diferencia de nosotros, que ontologizamos la relación causal, ellos la ritualizan para incorporarla a su conocimiento instintivo y lograr sobrevivir más ventajosamente.

Los seres humanos tenemos adicionalmente la capacidad para analizar los componentes integrantes de la relación causal de manera ontológica y explicar la ley de su conexión, aunque no sea verdadera, como, por ejemplo, atribuir una causa a un origen mágico o deducirla erróneamente, como cuando se ve un gato negro cruzando una calle de derecha a izquierda, al tiempo de quien lo ve tropieza y se daña el pié. Pero también efectuamos, en último término, la relación ontológica cuando unimos la relación causal con su ley de conexión, ambos comprendidos como conceptos por el intelecto. En este sentido, una idea puede ser definida propiamente por su función. La luz ilumina.

Así, pues, las relaciones causales provienen del funcionamiento objetivo del universo y no del funcionamiento del pensamiento subjetivo. Dependen de leyes que son posibles de conocer si previamente analizamos sus componentes para entender el “cómo” y el “por qué del cómo” de aquello que los une. La verdad de una relación causal depende de que el análisis que efectuamos de sus términos esté completo. La seguridad de que el Sol saldrá al amanecer no proviene de una conclusión inductiva de observar el mismo fenómeno por miles de años, sino que proviene del conocimiento del modo de funcionamiento del sistema solar, el cual nosotros hemos llegado a conocer tras conectar muchas causas con sus efectos a través de efectuar muchas observaciones, elaborar cantidades de hipótesis y modelos, y realizar las respectivas verificaciones, como que la Tierra es redonda, hasta llegar a la teoría que explica la estructura y la fuerza del sistema solar, en que uno de sus fenómenos es el hecho de que el Sol sale diariamente a una hora determinada para cada día de año y para cada lugar de la superficie terrestre establecido por sus coordenadas longitudinales.


Ley y conocimiento


El conocimiento que se obtiene cuando se responde al “cómo” y al “por qué del cómo” de las cosas es principalmente acerca de su constitución y desarrollo, de su estructuración y funcionamiento, en cuanto fuerzas y estructuras, con el propósito definido de conocer la relación causal y la ley de esta relación. De la relación causal no se pretende llegar a la ley de manera análoga a cómo de la relación ontológica se llega a la idea por referencia a conjuntos. El conocimiento científico consiste en penetrar en la complejidad de lo mutable y lo múltiple para comprender la ley de la conexión, por la que se relaciona causalmente las cosas produciendo un suceso tras otro suceso. El conocimiento de la ley no se obtiene por inducción a través de la acumulación de sucesos similares, ni se puede deducir de otras leyes más generales. Por el contrario, se obtiene de la comprensión particular del comportamiento de la materia en cada fenómeno. Necesariamente se debe penetrar en la complejidad misma de lo múltiple y lo mutable para detectar por observación y experimentación la conexión causal que los relaciona. En fin, se debe analizar cuidadosamente los componentes que integran los términos de la relación y la conexión misma: las estructuras y las fuerzas que participan.

Conociendo la ley natural de una relación causal podemos deducir la causa al conocer un efecto. Un animal jamás puede llegar a actuar como Sherlock Holmes. La deducción sigue el esquema de la relación lógica, donde el conocimiento de la ley natural y la vista del efecto funcionan como premisas de un silogismo. Si observamos que el suelo está mojado al salir de casa por la mañana, podemos deducir que llovió durante la noche.

Si bien la ciencia intenta llegar a comprender lo que une una causa con un efecto, en nuestra vida diaria no necesitamos conocer precisamente lo que une ambos términos, es decir, cómo una causa se relaciona con su efecto, sino saber únicamente que están relacionados con necesidad. Si me suelto de la rama, caeré al suelo; y a mayor altura del suelo, el golpe será más fuerte y doloroso. Un monito llega a saber muy bien la necesaria relación entre ambos términos. Sin embargo, la veracidad nos dice que no basta unir una causa con su efecto sin más; debemos asegurarnos razonablemente que tal o cual relación sea real y no producto de la magia, la superstición o los buenos deseos.

Sin duda que las leyes naturales más simples nos son potencialmente más accesibles, y en la medida que la relación causal se hace más compleja, la ley de su conexión se nos hace menos evidente. Costó mucho encontrar el origen de la peste bubónica. No obstante, del análisis de los elementos que componen una relación causal es posible obtener un conocimiento tan absoluto que ha conseguido no sólo el asombroso desarrollo tecnológico que ha permitido al ser humano llegar a la Luna, sino que también navegar hasta allá. Esa capacidad se debió al conocimiento acabado de numerosas leyes que rigen el comportamiento de las cosas en el universo. Tanto si el conocimiento no fuera absoluto como si hubiera habido ignorancia de cualquiera de las leyes involucradas, la misión de alunizaje hubiera fracasado mucho antes de despegar de la Tierra.

Las diversas relaciones causales son datos para nuestro conocimiento y su organización constituye la base de la tecnología. Pero ello no significa que la tecnología deba conocer las conexiones de las relaciones causales. Muchas veces, ésta experimenta con las estructuras y las fuerzas y llega a determinar que los términos de la relación causal están unidos realmente, y, supuestamente, una ley que no se conoce aún existiría para esta conexión. Llegar a determinar esta ley es una tarea que queda para la ciencia. Luego no siempre la ciencia es precursora de la tecnología; más bien ocurre lo contrario.

Por otra parte, los datos referidos son las unidades discretas de la información. Consideremos que en nuestra época de ciencia, cibernética y comunicaciones nos encontramos atosigados con datos e inundados por caudales de información. Y aunque se intensifiquen las investigaciones para conseguir más datos, se perfeccionen los sistemas computacionales de procesamiento de datos y se masifiquen los sistemas de transmisión de información, no seremos por ello más sabios. Más adelante veremos que para ser sabios debemos sintetizar la información en escalas superiores. Muchos antiguos, sin tantos datos e información, eran mucho más sabios que nosotros y vivían en forma más humana. No obstante, en nuestro mundo consumista y exitista la información no pretende sabiduría, sino eficiencia en mejorar nuestra condición material para tener más placer y ejercer mayor poder.


Relación causal y realidad


En la realidad podemos distinguir dos tipos de relaciones causales según a qué coordenada estén referidas. Uno de ellos es el suceso temporal. Por éste percibimos un tránsito de un estado a otro. El agua pasa de un estado líquido a uno gaseoso en un tiempo. El otro tipo es el que relaciona espacialmente una cosa con otra. El agua líquida está en un recipiente y el agua gaseosa está fuera. Pero ambos tipos de relaciones están estrechamente ligados, pues todo acontecimiento en el universo ocurre referido al conjunto de las cuatro coordenadas espacio-temporales. El conjunto de ambos tipos de relaciones lo podemos denominar relación causal.

Sin embargo, podemos legítimamente separar, como lo efectúa un historiador, el elemento temporal de una relación causal, o el elemento espacial, como lo hace un geógrafo, y explicar los fenómenos históricos y geográficos separadamente del acontecimiento real para poder conocerlo en los aspectos que interesa relativamente más. En el elemento temporal la causa siempre precede al efecto en el tiempo, en una secuencia lineal, necesaria e irreversible; en el elemento espacial, cosas diferentes ocupan siempre lugares distintos en forma simultánea, excepto a escala cuántica.

En segundo lugar, debemos reiterar que la relación entre el agua líquida y el vapor del ejemplo no la efectuamos en nuestro intelecto, como lo hacemos con una relación ontológica, en la que podemos, por ejemplo, relacionar gato y león en el concepto felino, sino que se nos da por la experiencia y nosotros únicamente la percibimos. Sin embargo, la percepción pasiva no nos dice nada de la intimidad de la relación causal. Ésta se nos manifiesta únicamente mediante la actividad intelectual y empírica que ejercemos para comprender la ley que conecta ambos elementos de la relación. Para ello debemos elaborar, tras la observación, una hipótesis de la manera cómo del agua emana vapor y de las condiciones necesarias requeridas para que el fenómeno se realice. Después debemos efectuar la comprobación experimental correspondiente de la hipótesis sin omitir paso ni condición necesaria alguna. Si el experimento, que deberá poder repetirse, corrobora la hipótesis, entonces ésta queda verificada y la ley de la conexión queda descifrada. Evidentemente no es necesario que cada persona deba experimentar cada relación causal para conocer la ley de su conexión; basta con haberla imaginado tras habérsela comunicado responsablemente.

El análisis de la relación causal se realiza muchas veces sin un rumbo definido o preestablecido, puesto que el método científico es eminentemente empírico; sus conclusiones se alcanzan tras una experimentación de la cual no tenemos control sobre sus resultados. Es lo que resulta del experimento, y no el intelecto el que relaciona una cosa con otra. En una primera instancia, el intelecto sólo conoce la relación que surge del experimento. Ello basta para aprender mediante el método del tanteo (el famoso “ensayo y error” de los conductistas). Los animales llegan hasta este tipo de conocimiento aprendido. Pero el conocimiento científico persigue encontrar cómo se conectan causalmente las cosas para llegar a establecer la ley de la conexión y elaborar teorías explicativas del universo y sus cosas. En este proceso científico se deben determinar, reconocer, medir, cotejar, verificar, etc., los mecanismos y los estados del proceso, para llegar a encontrar las relaciones causales del fenómeno en cuestión.

El conocimiento científico de la relación causal no se obtiene aplicando un procedimiento inductivo de inferencia de datos que hemos recogido con anterioridad. El conocimiento de la relación causal parte inventando una hipótesis, a modo de intento para dar respuesta al por qué cuando en un mecanismo o proceso se da una condición de cierto tipo también se da una condición de cierto otro tipo. Luego, una hipótesis es una respuesta provisoria respecto a cuáles son los términos de una relación causal. Por ejemplo, cuando aplico calor al agua, se calienta hasta bullir. Una hipótesis sirve de guía a la investigación científica en cuanto a definir qué hechos le serían significativos. Es una proposición relevante en cuanto explicación de una relación causal cuando está abierta a una verificación experimental. Sólo por medio de la verificación empírica, una hipótesis puede ser confirmada y apoyada, aunque no necesariamente aprobada de modo concluyente. La verificación posee un carácter condicional; nos dice bajo qué condiciones de verificación se producirá un resultado determinado. La cantidad, variedad y precisión de los datos determinan la credibilidad y aceptabilidad científica de una hipótesis. Podremos enterarnos que la temperatura precisa de ebullición dependerá de la presión, de la solución, etc.

Para la ciencia no basta conocer el fenómeno, esto es, la pura relación causal, sino aquello que hace que la relación sea necesariamente causal. Aquello que conecta con necesidad y universalidad las partes de la relación causal es precisamente la ley natural. Toda explicación científica descansa en leyes naturales. Si la hipótesis se interesa por los términos de una relación causal, la ley es la respuesta a cuál es el nexo de una relación causal. Por ejemplo, la ley consigue establecer que el agua llega a bullir a causa de aplicar calor o de disminuir la presión atmosférica. Las leyes son enunciados que afirman la existencia de una conexión uniforme para diferentes relaciones causales. Una ley indica que donde y cuando se da una condición de cierto tipo, siempre y sin excepción se da una condición determinada de cierto otro tipo, pues las leyes naturales son universales. Está implícito el hecho de que una relación causal, surgida de un acontecimiento particular, pertenece a y es explicable por una ley universal que se puede aplicar a todos los casos que ocurran bajo las mismas condiciones.

El conocimiento de una ley corresponde a un esfuerzo sintético, en una escala superior, de considerar determinadas hipótesis que explican relaciones causales. De ahí que mediante el conocimiento de una ley se pueda inferir con absoluta certeza uno de los términos del acontecimiento causal cuando se conoce el otro. Si el análisis se refiere a separar las unidades discretas de una estructura funcional para estudiarlas por separado y determinar sus funcionalidades, la síntesis es ese proceso mental por el cual entendemos las relaciones existentes entre un número de cosas en tanto unidades discretas de una estructura.

Un conjunto de leyes puede llegar a estructurarse en una teoría que explique el comportamiento de sistemas, los cuales contienen un número de fenómenos y relaciones causales distintas. Las teorías intentan explicar las regularidades que se dan en los sistemas. Interpretan un conjunto de fenómenos como manifestaciones de estructuras y fuerzas determinadas según las leyes que se presume que los regulan. Luego, una teoría caracteriza un conjunto de fuerzas y estructuras indicando la funcionalidad específica. Una teoría puede llegar a explicar lo que observa y experimenta mediante supuestos teóricos que no pueden ser observados ni medidos directamente. Para ello se recurre a modelos.

Una teoría es un sistema cognoscitivo-comprensivo de estructura lógica-especulativa en un cierto ámbito de la realidad cuyos argumentos o proposiciones no son datos –como sostuvo Karl Popper (1902-1994)–, sino que leyes naturales formuladas e hipótesis, cuyo objeto es confeccionar un modelo científico coherente y consistente que explique, interprete, unifique, profundice un conjunto amplio, no tanto de hechos, sino que de relaciones causales observadas, experimentadas y hasta medidas. De este modo, una teoría sirve para distintos propósitos: 1º explicar el conjunto de datos, observaciones, experimentos y experiencias relacionados con dicho ámbito de la realidad; 2º ampliar, corregir y/o sustituir otras teorías de otros ámbitos; 3º hacer predicciones sobre hechos aún no observados ni verificados. La certeza de una teoría está en relación directa a la cantidad de leyes científicas empíricamente demostradas, y en relación inversa a las hipótesis que contenga.

Tanto las hipótesis como las teorías científicas no se derivan de los hechos observados, sino que se inventan o se proponen precisamente para dar cuenta de ellos. El traslado de los datos empíricos a la teoría no lo consigue un proceso mecánico lógico, ya sea inductivo o deductivo. La deducción no proporciona un procedimiento mecánico para señalar un camino, indicando una determinada proposición científica como una conclusión derivada de premisas. Las reglas de deducción sólo sirven como criterios de validez de las argumentaciones que se ofrecen como pruebas. Tampoco existen reglas de inducción que se puedan aplicar y que sirvan para derivar o inferir mecánicamente hipótesis o teorías a partir de datos empíricos. Una proposición hipotética o teórica es un intento de una inteligencia creativa para explicar una relación causal o para interpretar un conjunto de fenómenos. La objetividad científica de una hipótesis o una teoría se consigue únicamente a través de la verificación experimental. Una hipótesis o una teoría pueden ser incorporadas al cuerpo del conocimiento científico aceptado si resiste la revisión crítica de la comprobación mediante una cuidadosa observación y experimentación y también mediante el entendimiento del funcionamiento de las relaciones causales.

La ciencia no sólo estudia las relaciones causales para llegar a la ley de su conexión. Sobre todo, se interesa por los sistemas. Éstos son el conjunto de relaciones causales que operan en un ámbito dado. El ejemplo del agua que hierve es un verdadero sistema si se considera desde la tasa de combustión del combustible que produce llama, su oxidación, su poder calorífico, la temperatura que alcanza la llama, su eficiencia en calentar agua, la presión atmosférica, la temperatura ambiente, etc.

La relación causal es diferente de la relación ontológica en cuanto que sus términos están unidos por verbos transitivos, los cuales siempre están referidos a la acción de fuerzas. En cambio, los términos de la segunda están unidos por la cópula de identidad del verbo ser. En el primer caso, el conocimiento es acerca del cambio; en el segundo caso, de la esencia. Sin embargo, la relación causal misma puede llegar a estructurarse como concepto o proposición abstracta y constituir una relación ontológica, como se analizará un poco más adelante. De ahí que la esencia de algo puede no sólo incluir lo mutable y lo múltiple, sino también su origen o su función.

En la relación causal la cosa se define por su función. Ello es posible porque tanto lo múltiple como lo mutable son cuantificables. Lo múltiple está, por definición, referido a la cantidad, objeto de la relación ontológica. En cambio, lo mutable, que está referido al tiempo y al espacio, debe cuantificarse para hacerse inteligible ontológicamente; y también tanto el espacio como el tiempo son cuantificables. De este modo, lo mutable es también objeto de la relación ontológica. Esta comprensión del relacionar ambas relaciones es fundamental para trascender la filosofía del ser y llegar a la filosofía de la complementariedad de la estructura y la fuerza, que se explica en mi libro La clave del universo (http://unihum3.blogspot.com). 

La conclusión que se impone es de gran importancia para la epistemología: “la relación causal se hace ontológica con el conocimiento de la ley de su conexión”. Por ejemplo, la relación causal “el agua bulle a los 100° C a nivel del mar” puede transformarse en la relación ontológica “la temperatura de ebullición del agua a nivel del mar es de 100° C”. “El viento mueve la hoja” se transforma en “el movimiento de la hoja es efecto del viento”. La definición de un concepto por medio de otro, que es en lo que consiste la relación ontológica, puede generarse transformando la definición desde algo funcional a algo ontológico.

La posibilidad natural de incluir la relación causal en la ontológica es epistemológicamente importante, pues permite afirmar la correspondencia entre un ente y la realidad, y asentar la objetividad de nuestro conocimiento. Esta adquiere mayor certeza cuando a la relación causal se aplica el método científico. En el proceso de la correlación entre ambos tipos de relaciones epistemológicas se puede llegar a alcanzar niveles teóricos y abstractos muy profundos y complejos. También la posibilidad de incluir la relación causal en la ontológica es importante para la lógica, pues las proposiciones lógicas que participan en las premisas son verdaderas relaciones ontológicas. De este modo, si una de ellas es una relación causal con valor de ley natural, se puede obtener una conclusión con valor trascendental.



Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unhum5d.blogspot.com/,  corresponde al Capítulo4, “La relación causal”, del Libro V, El pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com/).


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